(Foto:condeindianodeballabriga.blogspot.com)
El trineo de Papá Noel se quedó aparcado en tu puerta cuando te fuiste. Con unos villancicos que resuenan a lo lejos, iluminados por unas luces intermitentes reflejadas en bolas de cristal y guirnaldas doradas.
El espíritu de la Navidad habita en tu recuerdo como tu sonrisa permanece en los corazones de los que fuimos afortunados con tu presencia. Los mismos que sentimos que la llama de la vela calienta menos al encenderla y que el sentido navideño perdió una parte de su esencia con tu marcha.
Esos, nosotros, buscamos motivos entre las figuras del nacimiento y los adornos del árbol.
Papá Noel me ha dejado el último regalo, el mejor de toda mi vida y aún está envuelto en un papel brillante que no deja de resplandecer aunque no pueda abrirlo contigo.
Dejaste el traje preparado en el armario, el trineo listo y los renos entrenados para que el siguiente tome el relevo. Otros van a necesitar muy pronto que Santa Claus les llene de tanta felicidad como tú lo hiciste.
La vida es un ciclo y a pesar de que a veces aún me cueste entenderlo, mi Papá Noel se ha ido en cuerpo pero es inmortal en espíritu.
Hay villancicos a lo lejos, más allá de las montañas en las que resuenan las campanillas y cascabeles que tu alegría dejó grabada para siempre en mis oídos.
Se acerca Nochebuena y aunque no te espero en un trineo, sé que puedo mirar las estrellas y sentir que la alegría nos acecha, nos colma, porque ya eres eterno, como una Navidad que llega siempre por las mismas fechas, pero no deja de sorprendernos por el camino.