(Foto:Politiquiando.com)
El año comienza pero la consciencia colectiva está en modo stand by durante los primeros días, rodeada de una especie de nebulosa festiva que amortigüa la realidad imperante.
Una vez pasado el efecto de la anestesia, llega el momento de darnos cuenta de que la vida no está igual que hace escasos 9 días.
Los precios de productos básicos han aumentado, los servicios, los impuestos, las retenciones fiscales, todo menos los sueldos.
En etapa navideña vamos al supermercado y el precio no importa porque la gente tiene el pensamiento de "total por un día", pero la cosa cambia cuando volvemos a la cesta de la compra habitual.
Si ya costaba ajustarse, basta echar un vistazo para comprobar que en una semana se ha complicado aún más.
Volvemos a la normalidad después de los excesos y de la festividad de unos días que no son más que un gran río en el que todo el mundo se da un chapuzón y se deja arrastrar por la corriente. Llegados a la orilla comienza el problema.
Algunos lo llaman cuesta de enero, otros simplemente situación económica mundial.
Lo que parece claro es que cada vez el cinturón está más apretado para los de siempre, y lleno de agüjeritos vacíos para una minoría selecta.
Después de deslumbrarnos con luces y adornos, turrones y asados, la cortina de humo se disipa de golpe y porrazo y los bolsillos sollozan sin descanso.
Hacienda somos todos y la justicia igual para todo el mundo.
¿Verdad que estas palabras suenan peor cuando no se tragan con cava?