Vio al niño incorporarse y sintió que el corazón se le
desencogía de golpe. Suspiró profundamente mientras preguntaba al pequeño si se
encontraba bien y le ayudaba a levantarse.
Se tranquilizó cuando el muchacho echó a correr y se unió al
resto de sus amigos, que se habían quedado mirando el suceso con el balón debajo
del brazo.
La culpabilidad se fue diluyendo a cada paso que daba.
Sacó su teléfono móvil del bolsillo de la chaqueta, pulsó en
la agenda y deslizó el dedo índice sobre su nombre para iniciar la llamada.
-
Sí, sé
que hace casi uno año que dejaste de saber de mí - le contestó a la
voz que extrañada le interrogaba por su señal de vida inesperada-, pero me apetecía invitarte a un café esta
mañana.
Disfrutó con la visión del reflejo dorado de su cabello,
producido por el sol que entraba por la cristalera. Con el verdor despierto de
sus ojos, algo inquisitivos, pero igual de dulces que como los recordaba.
Le dijo que no había dejado de pensar en ella, que sus días
habían sido largos y extraños en su ausencia. Que la casa estaba vacía, que
nada merecía la pena si no podía compartirlo con ella.
-
¿Qué
pasa con tu trabajo?, ese
tan importante que te consumía la mayor parte del tiempo y hacía incompatibles
tus sentimientos.
-
Ya no
existe. Sé que todo lo que hice y dije estaba equivocado. Vayamos a París.
-
¿Para
qué?
-
Quiero
comprarme una taza como aquella que encontramos en nuestro viaje- dijo
mientras observó que ella relajaba el rostro y asomaba una media sonrisa.
-
Si ya
tienes una.
-
La
perdí.