Agarró las llaves y dejó que su
mente se quedara en blanco durante los seis pisos que el ascensor tardó en
llegar a abajo.
Por primera vez respiró el aire
fresco de una mañana avanzada, escuchó los sonidos de una ciudad en ebullición.
Nunca se había sentido tan ajeno a un ritmo.
Caminó despacio, con la cabeza
ligeramente inclinada, las manos en los bolsillos y una actitud tensamente
despreocupada. Hoy no importaba.
Vio el balón aparecer frente a
sus pies y no pudo contener la patada. Lo devolvió al parque de un toque
perfecto, pasando por encima de la cabeza de un niño que se quedó parado en el
asfalto mirando el esférico que era devuelto en mitad de su camino de ir a buscarlo.
Tan sólo escuchó el frenazo, un
grito y un golpe seco.
Giró su cuerpo rápidamente
mientras sus pies parecían tener vida propia y acercarse a pasos ligeros y
veloces hacia el niño que yacía en el suelo sin moverse.
Llegó justo cuando el taxista se
bajaba del vehículo sollozando un “no le
vi, le tenía parado justo encima…”