Las señales horarias acompañaron
la aparición de los primeros rayos de sol que atravesaron las pequeñas rendijas
de la persiana de su ventana. Apagó la radio despertador pero no hizo ni la
mínima intención de incorporarse, hoy no era necesario.
Aún podía sentir la pesadez de
sus ojos, irritados y con ojeras marcadas hasta alcanzar casi los pómulos de su
ensombrecida cara. Sentía que los años le pesaban más que ayer. Se miró las
manos y de pronto le parecieron más viejas, ajadas. El reflejo de un cuerpo
lleno de cicatrices internas, desgastado.
Se giró hasta ponerse boca abajo
con la almohada sobre su cabeza. Comenzó a apretar con fuerza hasta que sintió
que le faltaba el aire y entonces soltó de golpe. Dejó caer los brazos a ambos
lados de la cama, sin fuerza, aspirando por la boca para llenar los pulmones de
un oxígeno viciado en esa habitación cerrada.
Se incorporó sin prisa,
carraspeando la garganta seca y rascando su cabeza cubierta de pelo despeinado.
La ducha y el café no hicieron el efecto deseado.
Se sentó agarrando con las dos
manos la taza de porcelana blanca con una torre Eiffel dibujada. Un recuerdo de
otra vida, de unos viajes y unas experiencias ya muy lejanas.
“La empresa no obtiene los beneficios necesarios y tenemos que
prescindir de gente, lo siento”.
No podía dejar de pensar en lo
mucho que se habían equivocado.