Decidiste aparecer en el mundo un día en el que el frío tuvo la pretensión de ser más protagonista que tú, fracasando en el intento.
Tu presencia eclipsó el tiempo, el meteorológico y el de las horas.
Le robaste presencia al sol y por la ventana se reflejaba tu luz más que la de la propia luna que todavía hoy te observa celosa.
Llegaste para quedarte entre sonrisas florecidas y felicidades repartidas por diversos puntos del planeta.
La palabra delicadeza tiene tu rostro como definición establecida y el tacto de tu piel la suavidad que desprenden mil caricias.
Llegaste hace muy poco a un mundo demasiado complicado y destruido, como una gota de esperanza, un arcoiris de dulzura que no entiende de maldades.
Hueles a vida nueva, a amor que fluye a raudales por los poros en una continua fiesta de alegría.
Llegaste para iluminar el camino con tus ojos que se esfuerzan en mirar mi voz que resuena, para que no importen las noches en vela si estás cerca.
Llegaste para que tu cara esté en mi mente a cada hora, cada minuto, cada segundo. Para que las noches y los días sean tuyos, para que mi vida se haya llenado de nuevos sentimientos, con una frescura y una fuerza que se siente como al romper la séptima ola.