(Foto:aventurasdeiliplense.blogspot.com)
Un duende mágico ha llegado para quedarse en el bosque que habito, ese mismo que quedó repleto de flores y árboles frondosos, gracias al riachuelo que cada vez fue cargándose de más agua fresca.
Hasta mis manos tienen miedo de no dañar a este pequeño ser provocador de sonrisas y portador de la mayor de las felicidades.
El temor me hace comprender mejor a las personas que me dejaron apreciar en sus miradas, el infinito amor por estos mágicos seres de delicada apariencia y fuerte corazón.
Pienso en los duendecillos que poblaron mi bosque, en los que se marcharon al lugar donde descansa la magia, y también en los que se quedaron y viven ocultos entre las ramas del recuerdo.
Pienso en Bruno, Alejandro, Manu, Rocío, Ana... pienso en los que les velaban las 24 horas sin ceder ni un segundo al desánimo, hasta llegar a comprender sus temores más profundos y empatizar de una forma que antes me era desconocida.
Sonrío cada vez que sopla el viento, en cada ocasión que las hojas se mueven, que un pájaro canta o un silencio se hace calma. Son ellos. Los duendes mágicos están por todas partes, pero nadie debe olvidar que es una cuestión de magia.
Puedes oirlos, sentirlos y solo ver sus pequeñas huellas marcadas entre las flores y los setos. Es una cuestión de corazón, hoy, siempre, y todavía, siguen siendo privilegio de unos pocos poder verlos.
(En memoria de los niños de oncología del hospital Niño Jesús de Madrid y de sus padres)