Hay historias de amor que mueren antes de nacer.
Otras nacen sabiendo que morirán más temprano que tarde.
Luego existen las otras historias de amor, las verdaderas, que no pueden morir porque son eternas.
Con tu partida no se cierra un círculo, sino que se sigue completando la historia de amor más bonita que jamás podrá ser igualada.
Siempre dije que eras la persona con mayor capacidad de gruñidos por minuto, pero también alguien único, capaz de reunir a tu alrededor, con tu gracia y tus bromas, a todo aquel que tuvieras cerca. Un sentido del humor, tan característico y único, que se antoja irrepetible.
Esta mañana he vuelto a colocar sobre mi cama la manta que me tejiste hace años, cuando aún era un niño. Al irte, hemos descubierto entre tus cosas, que tenías guardados más cuadrados tejidos para ampliarla al ver que al crecer se me había quedado pequeña. No importa que no pudieras terminarla, que tus manos no te permitieran hacer el trabajo, la prefiero como está, pequeña.
Ahora podré arropar con ella a alguien que también es pequeño, que como tu decías no tiene nariz, pero sí una risa especialmente contagiosa.
Siempre recordaré tus manos de uñas largas pintadas de rojo intenso, tu forma de ser conmigo, que siempre me consentiste un poco más que a los demás, aunque te dijera las mismas cosas que el resto, de mi boca siempre parecía molestarte menos.
Te echaré de menos, probablemente cada día, pero sé, que hay historias de amor que tienen este tipo de finales felices.
Aunque duela una ausencia, en ocasiones la tristeza conduce a saber, que fuisteis felices para siempre, allí dondequiera que estéis.