Quiso ser navío sin importarle naufragar en el océano de sus ojos tristes. Siguió el faro con rumbo perdido, soportando el oleaje de un mar sin calma, sin puerto al que amarrarse para esperar a que la tormenta amaine.
Escuchó los latidos del viento para encontrar la ruta hacia sus manos. Le sepultó la noche navegando a tientas, sin aliento que empujara sus velas hacia el amanecer de su destino.
Miró al cielo, cubierto de un mapa de estrellas. Supo entonces, que su sitio no estaba en el agua, sino volando entre los astros de un mañana distinto.